Realismo Solitario
- lourdescalero
- 22 may 2017
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Hoy se homenajea a Yasumasa Toshima, un profesor de universidad que dejó su trabajo y abandonó a su familia para viajar a España y así conseguir su sueño: hacerse pintor.
Fue en 1974 cuando Yasumasa Toshima se fue a vivir a Madrid. Esbelto, con aire bohemio, abandonó a sus 40 años su rutina de trabajo y familia adentrándose en las tierras españolas atraído por las pinceladas de Velázquez. En especial, por los fondos más oscuros del barroco sevillano.
En 1976 descubrió que Granada se ajustaba mejor a sus inquietudes artísticas, por lo que conectó con el Albaicín y su gente, y fue entonces cuando se propuso nunca más volver a Japón. Sobrevivió 25 años gracias a una vida ascética, regada con frecuentes visitas al bar El 22 y trabajos ocasionales en fotografía.
Visitaba a su familia de vez en cuando. Sólo regresó cuando murió Etsuko, en 1999. Antes de marcharse, ya embadurnaba sus lienzos con manchas superpuestas al estilo de Velázques y castigaba los colores hasta lograr un efecto tenebroso que lo hermanaba con Goya.
La influencia española en su obra fue tenue en lo formal y muy profunda en lo espiritual: 'pintaba para encontrar el misterio de la vida y Granada le ayudó', señala Sosyu Shigyo, un polifacético empresario y escritor que impresionado por la obra de Toshima terminó convertido en su modelo, su mecenas y su principal coleccionista.
Los críticos japoneses catalogan la obra de Toshima como 'realismo solitario'. Toshima Yasumasa vivió su vida solo y en soledad fue muriendo. No formó parte de ningún grupo ni creó el suyo propio .Nunca hizo nada por vender sus obras, hasta el punto de haberlas expuesto al público, en vida, apenas en alguna ocasión. En el arte no buscó la fama, ni un estatus, ni siquiera el sustento económico para vivir. Concedió pocas horas al sueño; se llevó a la boca lo estrictamente necesario para la subsistencia física. "Yo no me fío de la gente que necesita siempre un lecho blando y ricos manjares", solía repetir. Y en esa frase se condensa la propia vida del artista.

Es por ello que el Instituto Cervantes de Tokio le rinde homenaje este mes mostrando la etapa granadina de su obra. Paisajes y rincones del Albaicín y sus vecinos, tratados con la misma reverencia pictórica que Velázquez dedicaba a la realeza.
"Toshima vendió poco a lo largo de su vida pues rechazaba el arte que busca reconocimiento", continúa Shigyo quien se jacta de haber roto dos principios de la vida de Toshima. El primero, al pedirle que pintara su retrato. Sabiendo que nunca aceptaba encargos le propuso: "Si pintas un punto y dices que soy yo, lo cuelgo en mi despacho". Toshima le dio la vuelta a la oferta y aceptó pintar el retrato con la condición de que le permitiera hacer todos los estudios que hicieran falta. El empresario le montó un taller al lado de su oficina y terminaron siendo grandes amigos hasta la muerte de Toshima en 2006, por un cáncer de colon, a los 72 años.
Shigyo pudo entonces romper la regla número dos, la de no vender obras a nadie, y compró a los familiares 800 pinturas. Le dedicó una galería conmemorativa abierta al público y ha editado libros para dar a conocer la obra de un artista que siempre tuvo claro a quien debía su obra. Un fotógrafo coreano que Toshima conoció en Granada le dedicó un libro en el que cita un acertijo que le explicó un día el pintor: "¿En qué se diferencian el hombre y la mujer? En la percepción. El hombre solo ve su sueño y la mujer cómo llegar a este".
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